A medida que la industria va desarrollando nuevos compuestos y materiales para mejorar la eficacia de sus productos, se encuentra con el dilema de saber si su uso tendrá implicaciones en la salud de la población. Hacemos prevalecer a menudo los intereses económicos y priorizar la introducción rápida antes de comprobar sus efectos.
Esto es lo que ocurrió con los compuestos clorofluorocarbonados usados como propelentes en aerosoles o refrigerantes. Estos compuestos llamados CFC, son difícilmente eliminados por el Factor de Aire-Libre, o las reacciones de limpieza naturales que ocurren en la capa alta de la atmósfera. Esto hace que tengan una permanencia en el aire entre 50 a 200 años. En los años 70 se empezó a detectar una disminución en la capa de ozono de la estratósfera que nos protege de la radiación UV solar. No fue hasta 1987 que se adoptó internacionalmente el Protocolo de Montreal por el cual todos los países se comprometían a dejar de usar los CFC definitivamente en el año 2000. Este ha sido un caso de éxito que se estudia en el ámbito académico como buenas prácticas regulatorias, ya que 197 países firmaron el protocolo del Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono y se puede decir que a fecha de hoy se ha erradicado su uso y la capa se empieza a regenerar. Pero no todos los casos son tan exitosos. Todas las iniciativas para eliminar el tabaquismo por ejemplo se han mostrado bastante ineficaces, aunque se ha avanzado mucho. Recomendaciones sanitarias, aumentos de precios, restricciones, advertencias en los envases, han funcionado de forma muy lenta. En España el consumo de tabaco en los hombres bajó 10 puntos en 10 años del 1993 al 2003, situándose en el 34% pero subió dos puntos en las mujeres hasta el 22%. Hoy en día aún está en el 19% para las mujeres y el 26% en los hombres.
Incidir en la población es mucho más difícil que en la industria. A la industria se le prohíbe usar determinadas sustancias bajo posibilidad de multas o se gravan de forma disuasoria los compuestos que se pretendan evitar y por razones económicas de mercado se toman las decisiones perseguidas. Aunque no siempre sea tan fácil. Si las multas por contaminar no son suficientemente disuasorias, las empresas preferirán pagar multas que invertir en solucionar los problemas. Pasa lo mismo con la eliminación de purines o de desechos y subproductos industriales.
En la población, el desconocimiento, la pereza, la racionalización, los costes a corto plazo versus beneficios inciertos a largo, son barreras muy difíciles de superar. Existen medidas de economía conductual, como por ejemplo las planteadas por Richard Thaler y Cass Sunstein en su libro “Nudge” (1) (“empujoncito” en castellano). Algunas de sus recomendaciones incluyen considerar la conducta adecuada como opción por defecto, como tener que desmarcar una casilla de forma consciente y activa en el pago de impuestos, o en las transacciones, para donar un porcentaje pequeño a fondos de sostenibilidad. Cuesta un poco negarse, pero mucho más hacerlo de forma voluntaria. Existen muchas más a nuestra disposición. Conocer bien los sesgos cognitivos de la conducta humana y actuar sobre ellos nos reportaría un avance mucho más rápido en la preservación de nuestra salud y la del planeta. (Bueno al planeta le trae sin cuidado, puede pasar del Antropoceno, a la extinción humana como un pequeño hipo en sus 4.500 millones de años de existencia).
Seamos optimistas, hemos conseguido muchos avances: Hemos prohibido el uso de amianto, un grupo de minerales fibrosos usado comúnmente en materiales de construcción, que causa cáncer de pulmón, mesotelioma y otras enfermedades respiratorias. También el Plomo, usado en tuberías, pintura, gasolina y otros productos, porqué causa daño cerebral y retrasos en el desarrollo. O el mercurio, también tóxico. Descubrimos que el DDT, el insecticida más usado hace años, era dañino para el medio ambiente y para la salud humana y prohibimos su uso. O otros menos conocidos como los CFC mencionados antes o los PCB: los bifenilos policlorados (PCB) usados ampliamente como refrigerantes y lubricantes que eran tóxicos y cancerígenos. La lista sigue con muchos pesticidas que han sido prohibidos, o los Ftalatos, unas sustancias químicas utilizadas para ablandar plásticos y como aditivos en muchos productos de cuidado personal, relacionados con problemas reproductivos y de desarrollo.
Hay muchos otros que ya están en el punto de mira, como el teflón usado como antiadherente, que libera vapores tóxicos cuando se calienta a altas temperaturas, prohibido ya en muchos países. El Bisfenol A (BPA), un químico industrial que se usa para fabricar plásticos y se ha relacionado con alteraciones hormonales, problemas reproductivos y de desarrollo. También los Productos químicos perfluorados (PFC) usados en utensilios de cocina antiadherentes, ropa impermeable y envases de alimentos que se han relacionado con el cáncer, o la alteración hormonal. EL Formaldehído que es un gas incoloro con un olor acre, se usa en materiales de construcción, productos de madera prensada y productos para el cuidado personal. Es un carcinógeno conocido y también puede causar irritación respiratoria y de la piel. El formaldehído también puede ser liberado por cosméticos y productos para el cuidado personal.
La lista sigue con muchos más: Pesticidas, fertilizantes, conservantes, nitrosaminas, micotoxinas, micropartículas (PM), y muchos compuestos orgánicos volátiles que respiramos a diario.
Mientras las administraciones y la industria negocian y se ponen de acuerdo, nosotros podemos tomar muchas decisiones. La mayoría conllevan algo de coste por la razón que explicaremos. Si a los productos producidos masivamente les añadiéramos los costes ocultos pagados por nuestros impuestos: Costes sanitarios por su polución, o por el uso de aditivos tóxicos, el coste de reciclado por exceso de envasado, eliminación de emisiones de contaminantes, las consecuencias para la salud de declaraciones falaces y promoción de hábitos poco saludables como el consumo de ingredientes inflamatorios (hidratos refinados: harina, azúcares, etc.), sus costes no serían tan baratos y los productos ecológicos o sostenibles tendrían un precio equiparable ya que estos últimos no tendrían que sufragar estos costes ocultos.
Dentro de lo posible, debemos evitar los productos con los compuestos descritos anteriormente, pero a pesar de realizar este pequeño esfuerzo económico, es posible que en la empresa donde trabajemos, la empresa de limpieza subcontratada no tenga la misma sensibilidad. O por la razón que sea, las medidas de prevención de riesgos laborales no sea la adecuada.
Vamos a poner un solo ejemplo, pero la lista es larguísima: Un sector que ha disfrutado de un crecimiento espectacular como el de los centros de cuidado de uñas. Cuantas veces hemos visto a las trabajadoras, a menudo orientales, aplicar lacas y productos químicos a pocos centímetros de las uñas para seguir bien su trabajo. Están respirando formaldehído y otros productos tóxicos usados en la elaboración de estos cosméticos. De forma constante y cercana a la fuente.
El uso de medidas para contrarrestar estos problemas ya existe, y no tiene un coste excesivo. Se trata de los purificadores de aire que tuvieron su auge durante la aparición de la pandemia. Pero no todos cumplen con sus objetivos. Los filtros HEPA, pueden retener algunas partículas, pero no sirven en casos donde exista un flujo de entrada de contaminantes variable, sea por personas o por el uso de productos. Para ser efectivos tendrían que absorber mucho aire rápidamente, disponer de varios tipos de fases de filtrado y limpieza de filtros, lo que implica mucho volumen, ruido, y consumo.
Existen otros purificadores, como los que usan la tecnología de Factor de Aire-Libre que, en vez de filtrar, emiten el detergente natural del que hablábamos al inicio de este artículo. Esta tecnología desarrollada por investigadores del CRESCA UPC (2) es la que incorporan los productos PUROH. Esta tecnología por sus características, convierte a todas estas sustancias en compuestos inocuos (oxígeno, agua y carbonatos solubles) no sólo las del aire sino las de las superficies y que los filtros no pueden aspirar.
En general hay mucho camino por recorrer, pero con un pequeño compromiso personal tenemos herramientas a nuestro alcance que podemos usar: Reciclar, Reutilizar, y Reducir, las tres R’s de la sostenibilidad. Consumir productos de agricultura ecológica y Km 0, cosméticos y productos de limpieza sin compuestos volátiles. Consumir productos “Real Food”. Mirar el etiquetado. En nuestros lugares de trabajo presionar para que los empresarios sigan las recomendaciones de prevención de riesgos, como las del Ministerio de Trabajo y Economía Social (Basequim). Comprobar que los edificios donde habitamos sean sanos. Ventilar o usar purificadores. Huir de una vida sedentaria y usar transporte público o andar.
(1) Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth and Happiness de Richard H. Thaler, Cass R. Sustein. Penguin Books. First edition 24 feb 2009. Edición en español en TAURUS – 9788430606849
(2) CRESCA – Cente de Recerca en Seguretat i Control Alimentari. Universitat Politécnica d Catalunya